Por dentro, las paredes de la casa se derriten, sueño por sueño. Tan blanquita ella, tan estirada y tan chic. La casa de Bambi y Alberto. A donde las palomas blancas, creyéndose invencibles en todas partes, poco a poco pierden su luz y son fáciles de atrapar. La palomas no mueren en el árbol, sino en el sótano de la casa y el olor sube para arriba. No veo yo ningún hombro donde la muerte llore, pero, si sirve, mis lágrimas son saladas y diarias. Fresquitas. Mis lágrimas siempre esperan. Soy un pozo sin fondo, que no una cueva, y mi boca ha aprendido a curvarse del revés y a sorber vida mezclada con cenizas.