Nada de dolor, hoy. Con esta brisa cálida en mi piel y mecida por el lago, no hay quien llore. Hay alegría en el agua, música, y niños nadando. Nubes blancas y enormes pasean tranquilas mirándolo todo; te ayudan a respirar. Ni siquiera el sol está agresivo hoy. Quiero estar indolente pero mientras nado pienso que empecé este libro por vosotros y casi no he he tocado el tema. Hablan vuestras cartas de vez en cuando, con esas voces calientes, agitadas por el amor y la impaciencia, con esa ingenuidad galopante. Tanta esperanza. Y quisiera dejarlo ahí. Cuando empezó vuestro amor. Como si nunca hubiera acabado en tanto grito, traición, y tanta muerte, suspendido en el tiempo. La ilusión y la locura incipientes y puras. Nada más existe. Me pongo vuestro amor brotando en el corazón y lo mezo. No siento tormenta alguna en el horizonte. He encontrado la paz.
Y cuando me meto de nuevo en la novela de nuestras vidas salen cosas así:
“Haber nacido entre vosotros no tiene sentido. Aunque sólo quiero vuestro amor parece que sólo conseguía irritar. Somos de dos mundos distintos, con la mamá en medio. Yo solo quiero volar. Mi risa os molesta. Os hago sospechar no se sabe bien de qué. Desde vuestra perspectiva, veo que os parezco una loca que se asoma a precipicios y alguna vez cae dentro. Y tenéis razón. Hasta que tío abuelo Albert se me metió en la cabeza nunca he entendido del todo porque he tenido que huir tan lejos, viajando por la route 66 y viendo señales de neón en la carretera, de un verde espantoso. Sucias. Pero son la única luz en el desierto, y como una polilla gorda y patosa me voy hacia ellas, intentando meterme la luz de este país en el corazón pero sin conseguirlo porque es demasiado grande, demasiado violento, demasiado olvidado de dios”
viviane vives 